El final de los círculos. Y 1. Sobre la fusión de las lágrimas
El tiempo es, por definición, un elemento paradójico capaz de generar distintas experiencias que pudieran llegar a percibirse como contradictorias.
Los griegos empleaban hasta cuatro términos para referirse a la misma realidad del tiempo: cronos, kairos, aion y esjaton permitían distinguir entre el tiempo medible; el tiempo vivido con una profunda intensidad hasta parecer poder detenerlo; lo que es percibido como eterno; y la conciencia de que el tiempo de la historia nos superará, generando el interrogante sobre nuestra relación con el más allá.
Desde 2012 son ya siete años transcurrisos y 8 veranos, tantos como experiencias vividas en Linares.
Así, el regreso a la Parroquia de Santa Bárbara exige consagrar los primeros minutos a experimentar el contraste entre un año más, cargado de trepidantes ritmos y experiencias, y la eternidad que transmite un templo que nos acoge en el mismo punto en el que nos despidió.
Los días posteriores han intensificado la sensación de paradoja porque el protagonismo se ha trasladado de un templo de piedra a personas en quienes el paso del tiempo genera, además, "el cierre de un círculo".
Ella llegó a la segunda edición de Linares. Lo hizo en una efervescente adolescencia que no facilitaba, como es de esperar, la distinción entre lo esencial y lo superfluo. Pero le acompañó la suerte dado que, en aquellos años, se venía a Linares hasta en tres ocasiones consecutivas. Eran los tiempos previos a la enésima evolución de las actividades de verano que se tradujo en el campamento de medianos; antes de que inauguráramos también el Campo de Trabajo de Santiago de Aravalle; o la tercera actividad con jóvenes.
La oportunidad de que fueran tres y no dos, le otorgó la posibilidad de vivir un itinerario en que cada verano dialogó con el anterior para ir forjando un corazón. Lo superfluo fue disipándose para dar cabida a lo esencial: en Linares, y en el tránsito de meses que vinculaba a uno con otro. Y su Linares se convirtió en espacio esencial. Aún recuerdo sus noches de espera a que se cumplieran las 00.00 estipuladas para ser la primera en reservar la plaza y asegurarse un disfrute más en su segunda ciudad.
Por otra parte, en aquella adolescente, Linares parecía constituir el final de una larga búsqueda. Como si se tratara del lugar donde los elefantes encuentran finalmente su descanso; como la que conduce a los salmones a esfuerzos dramáticos por alcanzar lo que solo conocern por intuición para desovar en el origen del río... Pues del mismo modo, como en las películas que otorgan el protagonismo a quienes emprenden el regreso a sus orígenes desconocidos; aquella adolescente estableció una particular alianza con Andalucía y su significado: el arte y el gracejo; el duende y el ritmo; la pasión y el quejío; la tragedia y la copla.
Y sin poder apelar a ningún ancestro conocido, quien más quien menos, la vinculó al Sur y, más particularente, a su "Para siempre Linares".
Como si se tratara de un ayer, que lo fue en 2015, recuerdo aún su despedida de aquél último Linares. Y el duelo creciente en los últimos días de una actividad de la que era consciente que llegaba a su fin. Y, cerrando los ojos, puedo revivir las lágrimas desconsoladas compartidas con otro de los regalos que Linares ofreció, en forma ahora, de amiga para la eternidad: su querida Alba.
He de reconocer que estas lágrimas podrían ser las de muchos de quienes han participado en alguna ocasión en este proyecto. Pero el tiempo dictamina su justicia para sentenciar el peso y alcance de cada una de ellas. De todos los que lloraron algunos volvieron a lo superfluo. Otros tradujeron las lágrimas en otros compromisos. Ella las tradujo en una promesa.
Entretanto se erigió en embajadora de las latitudes andaluzas en el contexto tricantino. Y el modelado de su corazón se fue expresando en compromisos con los estudios y su carrera de Literatura; como no podía ser de otro modo para quien se abona al arte. En voluntariados y teatros para no caer en la trampa de cegarse bajo premisa de que la única pobreza fuera la de su Linares. Y en catequista que fue proclamando a otros la buena noticia que ella recibió de forma privilegiada en esta ciudad.
Como el tiempo es paradójico, cuatro años son más eternidad para una joven universitaria que para el adulto que os escribe, lo que otorga un especial significado a la promesa establecida. Y llegó el momento de volver. Para fines distintos a los de aquellas efervescentes adolescencias, pero que configuraron el subsuelo de la actual madurez.
El itinerante por la sierra se ofreció como recorrido para tomar conciencia del regreso a una tierra prometida. El domingo, desayunando en el Puerto de Cotos, expresaba su emoción como si fuese a reencontrarse con el ser amado. O quizá es que el amado sea más perceptible entre la pobreza de estas barriadas que entonces tanto le impactó.
Y el autocar deboró los últimos kms para alcanzar el cartel anunciador de Linares aumentando su nerviosismo mientras podía hacer un acumulado repaso de las vivencias experimentadas desde entonces.
Y las calles le devolvieron a su segunda parroquia, la de Santa Bárbara.
Por fin, al pie del autobús, un paradójico reencuentro. El de aquella adolescente que prometió su regreso y el de la joven que 5 años después portaba el cumplimiento de una promesa.
Y la joven no pudo evitar las lágrimas por el recuentro.
Y contempladas en la paradoja del tiempo y sus relatividades, las lágrimas de despedida de aquella adolescente, se fundieron con las de la joven que también lloraba, ahora de emoción y no de tristeza. Un encuentro paradójico que solo el tiempo es capaz de provocar, y que quería manifestar, entre tanto tiempo transcurrido y cambios acaecidos; que había tres cosas que permanecían: su Linares, su rebeldía ante la injusticia... y su promesa.
Y el tiempo cerró un círculo que nos envuelve a todos en la esperanza de que hay palabras que siguen teniendo peso; que hay promesas que siguen albergando vida; que el tiempo libre es capaz de forjar corazones; y que todos los esfuerzos por facilitar esas experiencias son pocos comparados con la inmensa felicidad de contemplar la fusión de las lágrimas.
Los griegos empleaban hasta cuatro términos para referirse a la misma realidad del tiempo: cronos, kairos, aion y esjaton permitían distinguir entre el tiempo medible; el tiempo vivido con una profunda intensidad hasta parecer poder detenerlo; lo que es percibido como eterno; y la conciencia de que el tiempo de la historia nos superará, generando el interrogante sobre nuestra relación con el más allá.
Desde 2012 son ya siete años transcurrisos y 8 veranos, tantos como experiencias vividas en Linares.
Así, el regreso a la Parroquia de Santa Bárbara exige consagrar los primeros minutos a experimentar el contraste entre un año más, cargado de trepidantes ritmos y experiencias, y la eternidad que transmite un templo que nos acoge en el mismo punto en el que nos despidió.
Los días posteriores han intensificado la sensación de paradoja porque el protagonismo se ha trasladado de un templo de piedra a personas en quienes el paso del tiempo genera, además, "el cierre de un círculo".
Ella llegó a la segunda edición de Linares. Lo hizo en una efervescente adolescencia que no facilitaba, como es de esperar, la distinción entre lo esencial y lo superfluo. Pero le acompañó la suerte dado que, en aquellos años, se venía a Linares hasta en tres ocasiones consecutivas. Eran los tiempos previos a la enésima evolución de las actividades de verano que se tradujo en el campamento de medianos; antes de que inauguráramos también el Campo de Trabajo de Santiago de Aravalle; o la tercera actividad con jóvenes.
La oportunidad de que fueran tres y no dos, le otorgó la posibilidad de vivir un itinerario en que cada verano dialogó con el anterior para ir forjando un corazón. Lo superfluo fue disipándose para dar cabida a lo esencial: en Linares, y en el tránsito de meses que vinculaba a uno con otro. Y su Linares se convirtió en espacio esencial. Aún recuerdo sus noches de espera a que se cumplieran las 00.00 estipuladas para ser la primera en reservar la plaza y asegurarse un disfrute más en su segunda ciudad.
Por otra parte, en aquella adolescente, Linares parecía constituir el final de una larga búsqueda. Como si se tratara del lugar donde los elefantes encuentran finalmente su descanso; como la que conduce a los salmones a esfuerzos dramáticos por alcanzar lo que solo conocern por intuición para desovar en el origen del río... Pues del mismo modo, como en las películas que otorgan el protagonismo a quienes emprenden el regreso a sus orígenes desconocidos; aquella adolescente estableció una particular alianza con Andalucía y su significado: el arte y el gracejo; el duende y el ritmo; la pasión y el quejío; la tragedia y la copla.
Y sin poder apelar a ningún ancestro conocido, quien más quien menos, la vinculó al Sur y, más particularente, a su "Para siempre Linares".
Como si se tratara de un ayer, que lo fue en 2015, recuerdo aún su despedida de aquél último Linares. Y el duelo creciente en los últimos días de una actividad de la que era consciente que llegaba a su fin. Y, cerrando los ojos, puedo revivir las lágrimas desconsoladas compartidas con otro de los regalos que Linares ofreció, en forma ahora, de amiga para la eternidad: su querida Alba.
He de reconocer que estas lágrimas podrían ser las de muchos de quienes han participado en alguna ocasión en este proyecto. Pero el tiempo dictamina su justicia para sentenciar el peso y alcance de cada una de ellas. De todos los que lloraron algunos volvieron a lo superfluo. Otros tradujeron las lágrimas en otros compromisos. Ella las tradujo en una promesa.
Entretanto se erigió en embajadora de las latitudes andaluzas en el contexto tricantino. Y el modelado de su corazón se fue expresando en compromisos con los estudios y su carrera de Literatura; como no podía ser de otro modo para quien se abona al arte. En voluntariados y teatros para no caer en la trampa de cegarse bajo premisa de que la única pobreza fuera la de su Linares. Y en catequista que fue proclamando a otros la buena noticia que ella recibió de forma privilegiada en esta ciudad.
Como el tiempo es paradójico, cuatro años son más eternidad para una joven universitaria que para el adulto que os escribe, lo que otorga un especial significado a la promesa establecida. Y llegó el momento de volver. Para fines distintos a los de aquellas efervescentes adolescencias, pero que configuraron el subsuelo de la actual madurez.
El itinerante por la sierra se ofreció como recorrido para tomar conciencia del regreso a una tierra prometida. El domingo, desayunando en el Puerto de Cotos, expresaba su emoción como si fuese a reencontrarse con el ser amado. O quizá es que el amado sea más perceptible entre la pobreza de estas barriadas que entonces tanto le impactó.
Y el autocar deboró los últimos kms para alcanzar el cartel anunciador de Linares aumentando su nerviosismo mientras podía hacer un acumulado repaso de las vivencias experimentadas desde entonces.
Y las calles le devolvieron a su segunda parroquia, la de Santa Bárbara.
Por fin, al pie del autobús, un paradójico reencuentro. El de aquella adolescente que prometió su regreso y el de la joven que 5 años después portaba el cumplimiento de una promesa.
Y la joven no pudo evitar las lágrimas por el recuentro.
Y contempladas en la paradoja del tiempo y sus relatividades, las lágrimas de despedida de aquella adolescente, se fundieron con las de la joven que también lloraba, ahora de emoción y no de tristeza. Un encuentro paradójico que solo el tiempo es capaz de provocar, y que quería manifestar, entre tanto tiempo transcurrido y cambios acaecidos; que había tres cosas que permanecían: su Linares, su rebeldía ante la injusticia... y su promesa.
Y el tiempo cerró un círculo que nos envuelve a todos en la esperanza de que hay palabras que siguen teniendo peso; que hay promesas que siguen albergando vida; que el tiempo libre es capaz de forjar corazones; y que todos los esfuerzos por facilitar esas experiencias son pocos comparados con la inmensa felicidad de contemplar la fusión de las lágrimas.
En el campo de trabajo de Linares los muchachos están haciendo una labor social que los engrandece como seres humanos, les enseña a comprender que hay quienes necesitan del apoyo de otros y los llena de gran satisfacción el aporte que cada uno está dando.
ResponderEliminarLos felicito muchachos una gran labor llena de sacrificios y satisfacción que les dejarán recuerdos inolvidables de lo vivido.
¡Qué bonita descripción de las emociones y de lo que ha vivido esta joven adolescente en estos años desde su primera experiencia en Linares!.
ResponderEliminarOjalá, marque a otros muchos, y encuentren su particular Linares, para que sus vidas sean grandes y generosas con quienes más lo necesitan.
Es un regalo contar con esta experiencia, que algún día, porqué no!, pudiera estar abierta a adultos deseosos de seguir creciendo.
Gracias!!!